Tuesday, March 27, 2018

Orfeo y Eurídice en Los Ángeles


Foto: Ken Howard

Ramón Jacques

La Ópera de Los Ángeles escenificó por primera vez Orphée et Euridice de Gluck en la versión de Paris de 1774, con libreto de Pierre-Louis Moline, en el que el personaje principal es para tenor (o haute-contre).  El único antecedente existente entre el teatro y Gluck, data de la temporada 2003 cuando se escuchó esta ópera, pero en su versión en italiano compuesta en 1762.  La idea de revivir este poco frecuentado título, incluida un nuevo montaje escénica, se originó en el 2017 en Chicago, debido a la unión entre la Lyric Opera y la compañía de danza Joffrey Ballet de aquella ciudad, las cuales a partir de ahora compartirán el mismo teatro como sede, cada una con su propia temporada, pero con la idea de colaborar lo más posible.  Todas las ideas escénicas (escenografías, iluminación, vestuario, dirección escénica y coreografías) son del coreógrafo estadounidense John Neumeir, conocido por su trabajo al frente del Ballet de Hamburgo (ciudad donde será llevada esta producción en el 2019 a la opera estatal de Hamburgo que es coparticipe del proyecto).  La escena parece ser atractiva al inicio, ya que Orfeo, instructor de una academia de ballet, con Amor como su asistente, discute con la bailarina Eurídice, quien, al retirarse enfadada de la escuela, muere atropellada por un auto deportivo.  A partir de allí comienza, lo que se entiende como la entrada a un mundo irreal, mágico por Orfeo en busca de Eurídice. A partir de aquí se dio un rompimiento o giro escénico poco entendible, ya que Neumeir planteó el desarrollo desde su punto de vista coreográfico incluyendo largas secuencias de vistosos ballets, pero prescindiendo de la parte actoral-vocal del espectáculo, relegando a los cantantes a los lados del escenario o a situaciones sin relación con la trama. Tres enormes cubos con espejos giraban en el centro del escenario, dando paso a mas coreografías. Situaciones absurdas propias del Regietheater, que aún el propio coreógrafo, convertido en director escénico, pareció no entender o no supo resolver. Un bonito espectáculo visual sin dudas, pero si esta será la pauta de futuras colaboraciones entre el Joffrey Ballet con compañías operísticas yo personalmente elegiría ir al ballet o a la ópera. Afortunadamente, las voces de muy buen nivel, realzaron el espectáculo. Maxim Mirononov como Orfeo, mostró un canto sorprendente en la dicción y sentido en cada frase, cargado de sentimiento y musicalidad servido de un timbre colorido, grato y muy ágil.  Lisette Oropesa conmovedora con su frágil Eurídice, exhibió un optimo desempeño vocal y talento de sobra; y Liv Redpath agradó con su Amor. Una reducida orquesta, reforzada con algunos instrumentos antiguos sonó algo rígida, forzada y poco expresiva; es entendible que estos músicos no están habituados a este repertorio.  A James Conlon, no se le puede escatimar el esfuerzo, la seguridad y el entusiasmo para hacer una buena lectura.  Aunque insisto, sin demeritar a los músicos o al director, este simplemente no es su repertorio.

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